CALEIDOSCOPIO
La verdad os hará libres: Jn 8, 31-42
Metro de la ciudad de México, estación Tacubaya. Mientras camina
por el andén, una mujer madura comienza a trastabillar y se desvanece. La secuencia de imágenes captadas por las cámaras de
seguridad hilan una historia que termina cuando cinco uniformados sacan en vilo
a la mujer al exterior de la estación, en donde permanece más de 24 horas,
hasta que finalmente una ambulancia, la levanta y la lleva a un servicio de
emergencias. Es hospitalizada y un par de días después fallece. Por lo poco que
se sabe padecía una enfermedad crónico-degenerativa y sufrió un evento vascular
cerebral que provocó desvanecimiento y muerte. Ella portaba una placa
informativa en su muñeca, la cual fue robada junto con el resto de sus
pertenencias.
Los eventos ocurrieron desde el pasado mes de
febrero, y hasta ahora salen a la luz. Muy
en contra de lo que suele suceder, hace un par de días la directora general del
sistema Metro, Florencia Serranía, acaba de asumir su responsabilidad por lo
ocurrido. Ofrece que se revisarán los protocolos, aunque insiste en que se
actuó como se hizo, basándose en el reporte de que la mujer estaba
alcoholizada, cuestión que sus familiares niegan. Y aún si ese fuera el caso,
el estado de intoxicación por sí mismo habría ameritado vigilancia en un
servicio de urgencias.
Más allá de los protagonistas que, según la
evidencia recogida, no hicieron mayor cosa por auxiliar a la mujer, y ahora buscan
justificar su actuación, me sorprende la indolencia ciudadana. Que la enferma
haya permanecido a la intemperie por más de 24 horas, y que al parecer el único
contacto humano que ella recibió después de ser abandonada, fue del ladronzuelo
que robó sus pertenencias. Entretanto sus familiares, preocupados, notificaban
acerca de la desaparición y emprendían su búsqueda.
Buen momento para analizar en qué medida lo
virtual viene contaminando nuestra percepción de la realidad, de modo que no
alcanzamos a discriminar si lo que captan nuestros sentidos en verdad existe, o
es solamente un juego de la imaginación. Pudiera decirse que lo virtual ha
superado a lo real, de manera que llegamos a percibir lo que ocurre en derredor
nuestro como algo irreal, salido de la imaginación de un diseñador de
videojuegos, frente a lo cual nosotros –en nuestro papel de jugadores—tenemos la
opción de interactuar o de no hacerlo. En el estado que guardan las cosas hoy
en día, esa parte que conocemos como “conciencia” busca ponernos a salvo del
caos, y para nuestra propia protección interna, convierte los hechos de la vida
real en tramas virtuales cuyo desenlace no depende solamente de nosotros. Las
escenas de muertes violentas con cuerpos regados en el suelo de un salón de
fiestas, como lo ocurrido en Minatitlán, se convierte entonces en parte del
escenario imaginario. Nuestro afán de supervivencia nos impele a verlo de este
modo. Asumirlo como real nos colocaría en serio riesgo de muerte también a
nosotros. Que en el caso de la mujer fallecida, las autoridades señalen que la
masacre no ocurrió a resultas de fallas en el estado de derecho, sino por
cuestiones ajenas a la gobernanza, es igualmente parte de esa trama virtual, en
un juego en el que nos enfrentamos día a día con el enemigo bajo diversas identidades
virtuales.
“Percepción selectiva”
es el término acuñado hace más de un siglo por William James para este tipo de apreciación
sesgada de la realidad. Frente a un exceso de información yo “elijo” qué voy a
ver y qué voy a ignorar. Algo parecido --me atrevo a suponer—es lo que sucede
en la actualidad, el nivel de violencia nos sobrepasa, y el yo aceptarlo como
real sería reconocer que me encuentro en riesgo inminente de muerte. He ahí la
razón por la que comienzo a apreciar la realidad con sesgo, filtrando aquellas
percepciones que me tornan vulnerable. Por otra parte, dado que vivimos
inmersos en un mundo de alta tecnología, mi percepción echa mano de algo
adicional: una imbricación entre lo real y lo virtual. Ello explica buena parte
de lo que sucede allá afuera, con el fin de fomentar mi tranquilidad. El exceso
de violencia no es más que parte del videojuego, y los heridos y muertos son
hologramas que puedo borrar con tan solo pulsar un botón.
Ya lo dijo Saramago: “Según yo entiendo el
mundo se está convirtiendo en una caverna igual que la de Platón. Todos mirando
imágenes y creyendo que son la realidad”. De este modo la indolencia frente a
la mujer enferma, botada a la calle, es resultado de una chanza de nuestro
inconsciente, que queremos percibir como
inexistente. Algo similar a las fantasías ópticas de un caleidoscopio, a través
de cuyo visor se observa lo que no existe, cuando la realidad no se ajusta a
las expectativas de quien mira.
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