NIÑOS EN LA MIRA
Dentro de una sociedad hay principios que se consideran
universales. Una serie de eventos recientes, nos demuestran que esto ha perdido
vigencia, que son otras las prioridades que dirigen el rumbo de la nave llamada
México.
Uno de tales casos, es el de la familia Le Barón. Aquel principio que indicaba “mujeres y
niños no se tocan”, se pulverizó. La
varonía de los hombres que se enfrentaban unos a otros, huele a podrido cuando
se dirige contra madres de familia y sus hijos pequeños. Surgen argumentos en un sentido y en el otro,
algunos para señalar que miembros de esta comunidad mormona estaban
involucrados en actividades ilícitas.
Aún si ese fuere el caso, el principio de excluir de la lucha armada a las mujeres y sus
familias, sigue vigente. Por simple
dignidad.
La escalada de violencia en nuestro país ha avanzado a niveles que jamás hubiéramos
imaginado. Uno de los elementos que más daño viene provocando, es la
“normalización”. Esto es, debido a su
frecuencia, nos parece normal lo que antes hubiera encendido todas las alarmas
sociales. No es el primer caso de poblaciones a las que
se ataca en la parte más sensible de sus congregados. Ejemplos hay, sobre todo cuando
contabilizamos hasta 100 muertos por día
en el territorio nacional. Me atrevo a
suponer que lo que vuelve diferente del resto, lo ocurrido en Chihuahua, es que
la emboscada estuvo dirigida a un grupo
compuesto por esposas e hijos, sin ningún hombre adulto, lo que da cuenta de
que se les atacó habiendo pleno conocimiento de causa. No dudo que hayan existido en el país otros casos similares; quede el beneficio de
la duda.
Ya se exhibió la cómoda salida que se sacan de la manga las autoridades
cuando se ven en aprietos. “Una
confusión” como origen del acribillamiento y posterior incineración de los
vehículos. Poco faltó para que afirmaran
que los niños constituían una célula delictiva y que en vez de biberones cargaban
cuernos de chivo.
En años recientes ha habido ajustes al Código de
Procedimientos Penales de la Federación, con el fin de garantizar la protección
de identidad, además de hacerlo con los menores
de edad, también con los presuntos
delincuentes. Los medios impresos y
digitales se esmeran en aplicar estas medidas para salvaguardar los derechos
humanos de estas personas. Por otra parte, se desprotegen individuos
vulnerables. La centenaria comunidad de
Galeana, Chihuahua, integrada por un grupo de mormones, contaba desde tiempo
atrás con la protección de las fuerzas del orden, misma que se redujo
sustancialmente hace poco tiempo. Esto, en mayor o menor grado habrá
contribuido a la masacre ocurrida en días pasados. Es indispensable conocer entonces, qué criterio se aplicó para
disminuir esta protección, lo que precipitó los fatídicos resultados.
De acuerdo con un comunicado de prensa de UNICEF, en
diciembre del 2017, países como Iraq, Siria, Yemen, Nigeria, Sudán del Sur y
Myanmar se consideran aquellos en los que se vulneran abiertamente los derechos
de los niños. Los menores son utilizados como escudos humanos en zonas de
guerra, o bien terminan siendo reclutados como soldados, o resultan víctimas de
tráfico humano o sexual. Las cifras que
reporta ese comunicado fechado el 28 de diciembre son alarmantes. Doloroso decirlo, pero si se actualiza para
el 2019, con seguridad México ya estará incluido en la lista de esos países, en los que la
vida de un niño tiene escaso valor más allá del utilitario, para las facciones
en pugna.
Niños en la mira: un signo de alarma para México.
Y lo más grave, todavía hay personajes de la vida cultural del país, que
expresan su satisfacción por la muerte de los pequeños mormones, argumentando
que la merecían.
Como capas de cebolla, están los problemas sociales y
políticos de nuestro país. Debajo de la
capa violenta hay una corteza llamada
“descomposición social”. Bajo la misma
surgen como furúnculo a presión los graves problemas de corrupción e impunidad,
que se agravan con esas lecciones de moralidad que llaman a enfrentar las
ráfagas de metralleta con abrazos. La
siguiente capa, más que económica, yo la llamaría de valores. Pretendemos definir el éxito como seres
humanos en términos de poder adquisitivo, con dos palabras que en mis tiempos
de niña se llamaban “ambición y codicia”.
Una y otra, en grado desmedido, son capaces de llevarnos a los actos más
abyectos que podamos imaginar. Quizá
como núcleo de la gran cebolla yo colocaría en el centro un elemento cultural,
que jamás nos ha permitido sentirnos cómodos en nuestra propia desnudez. Necesitamos acaparar de manera desmedida e
insaciable, buscando sentirnos bien. Dicho
sea de paso, algo que jamás se logra por este camino. Es hora de sacar la brújula y reorientar la
navegación.
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