VER CON OTROS OJOS
Cierto conocido expresó que aprender una nueva lengua está
pasado de moda, cuando la tecnología nos
facilita la traducción de un idioma a otro sin mayores dificultades. Mi lectura es distinta: Aprender una lengua
nos permite explorar a profundidad nuevas culturas, que de otra manera no
habríamos tenido oportunidad de conocer.
Proporciona la ocasión de entender los estilos de vida de países que
hablan la lengua que se estudia, de modo de ampliar nuestro horizonte, y por
qué no, entablar relaciones interpersonales que mediante un traductor digital
no podrían haberse desarrollado.
Ha sido de ese modo como hace un par de años, poco más, me
inicié en el aprendizaje del idioma francés, actividad que gozo enormemente. Como una forma de ampliar los conocimientos,
me he suscrito a algunos sitios francoparlantes, y ha sido en uno de ellos
donde me hallé una nota que dio pie a la presente colaboración. En una población de la región de Auvergne,
Francia, el padre de un alumno de preparatoria amenazó a uno de los maestros,
de manera que toda la plantilla de enseñantes decidió acogerse al “derecho de
desistimiento”, una figura jurídica de la Ley Laboral francesa, que faculta a los ciudadanos para actuar frente a una amenaza que ponga en
peligro la salud o la vida. De este modo
los profesores asistirán a sus labores, pero permanecerán en silencio toda la
jornada. La nota viene acompañada de una
fotografía en la que aparecen todos los maestros solidarizándose con el
afectado. Expresan que la amenaza a un
profesor es una falta seria, razón por
la que buscan evitar que hechos como ese
se repitan a futuro.
Se antoja como una forma altamente civilizada de
solidaridad, manifestar el respaldo al problema de un compañero de trabajo, sin
apasionamientos que puedan derivar en violencia. Lo contrasto con casos de linchamiento
presencial o digital que hemos tenido en nuestro país. A partir de una supuesta falta, un grupo de
individuos ejercen represalias contra
quien o quienes se consideran responsables de la misma. Ha habido lamentables casos de personas
muertas en linchamientos, que posteriormente se descubre que eran
inocentes. Los ánimos se caldean de modo
irracional, y el actuar en forma
colectiva provoca dos fenómenos singulares: la acción se intensifica y la culpa
se diluye, de manera que el grupo se convierte en una criatura monstruosa capaz
de acabar con aquel o aquellos a quienes se les ha señalado como autores de
determinado delito.
Una forma novedosa de linchamiento es la digital. Difícilmente, quien participa en redes sociales,
podrá aseverar que nunca ha estado involucrado en algo así. Todo comienza cuando se atribuye determinada
conducta a una figura pública, y a partir de ello comienza la andanada de
críticas que rápidamente escalan de nivel, hasta tornarse sumamente
agresivas. En el espacio digital se
constituyen dos partidos opositores, uno formado por quienes tachan a la figura
pública, y el otro por quienes la defienden.
Cuando revisamos el hilo de estas conversaciones, podemos identificar
el momento en que se pasa de lo
directamente relacionado con la conducta que inició el señalamiento, al terreno
personal o familiar de los participantes.
En el Congreso de Periodismo Cultural celebrado en la
provincia de Santander, España, el pasado mes de abril, se catalogó el
hostigamiento digital como un debate social cargado de “furia tóxica”, que
contamina personajes e instituciones, destruye reputaciones y representa una
especie de campo minado. En poco más de
quince años de existencia de las redes sociales, lo que originalmente se
contempló como algo capaz de ampliar la comunicación interpersonal, se viene
convirtiendo en un circo romano. La
furia y el resentimiento son los grandes protagonistas.
El excesivo manejo de hechos de violencia, a través de los medios de
comunicación, nos va volviendo insensibles con el tiempo. Si los canales informativos nos saturan de manera constante,
con noticias que dan cuenta de las acciones más hostiles entre humanos, llega
un punto en que tales hechos dejan de sorprendernos. De manera paradójica, como que vamos necesitando
una dosis mayor de violencia, para que aquello que se está comunicando capture
nuestra atención. Algo similar sucede en
redes sociales. En uno y otro caso, la
censura es muy relativa, de modo que esa “normalización” de hechos sigue
creciendo en nuestra mente, llevándonos a interpretar que dicha violencia forme
parte integral de nuestra sociedad.
Expandir nuestro horizonte al conocer otras formas de vivir,
y de resolver problemas, nos provee de
mejores herramientas para enfrentarlos.
Viajar, leer o aprender una lengua son excelentes modos de comenzar a ver
las cosas con otros ojos.
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