domingo, 2 de febrero de 2020

POESÍA de Elisa Díaz Castelo

Elisa Díaz Castelo (México, 1986),  acaba de ganar el prestigiado Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, en su edición 2020.  Aquí una muestra de su poesía musical, inteligente, y por encima de todo, sensible:

Manual para sostener niños pequeños
                                                     para Aurelia

A mi amiga le da miedo cargarlos
y la entiendo: ese peso incierto entre las manos,
todo calvicie, boca y uñas diminutas.
Aparte están las tías que siempre dicen:
pero que no se le vaya la cabeza.
Luego, hay que pensar en tantas cosas,
dar soporte a la espalda, vigilar que no lloren
y no olvidar la leche que hierve en la cocina.

No sé si estamos hechas para tanto ajetreo,
no nos damos abasto con nuestra poca vida
y casi siempre es suficiente
la página en blanco, el guión
que en la pantalla pestañea su impaciencia.
Nos basta el sonido que hacen las palabras
unas contra otras como cuentas de vidrio.
No entendemos el llanto de los niños.
No podemos leer su partitura de corcheas.

Para ayudar a mi amiga a superar su fobia
le digo que piense, al acoplar su cuerpo,
en el doblez del brazo
de quien escribe inclinado a la mesa.

Aun así, tiene miedo
de esos escuincles que se retuercen
y empeñan en caerse, todo jabón
que se escapa entre manos, cosas
que se rompen de un grito
contra el suelo.

Es conveniente
afianzarlos al pecho
para que nuestro latido parco los arrulle
y, si estamos de pie, hay que mecerlos
como quien, indeciso,
no sabe hacia dónde dar el primer paso.
Y las flores en carne viva de sus bocas
es mejor no verlas.

Son movimiento hirsuto, retruécanos.
En sus encías de tiburón germinan
dos mudas de dientes, sus huesos
son maleables como plata fundida.
No hacen más que morirse
a cuentagotas, devorar los minutos
con su llanto asombrado.
Son todo comisuras, cromosomas,
y ya los lleva lejos el latido
limpio y ágil de su corazón,
diminuto reloj empedernido.

Pero habrá que cargarlos, sostener
esos sus cuerpos tibios
de pan recién horneado.
Y renegar de su ciega autonomía,
sus ganas de escaparse desde ahora.

Son tan ligeros y sin embargo pesan.
Quizá es eso de cargar la vida ajena,
tener en brazos su cuerpo de ventaja,
sin otro remedio que desistir un poco
de uno mismo, ser de la estatua
la base y la columna,
ser de otra vida un personaje secundario,
y no tener palabras para nadie
ni conocer la forma del consuelo.

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