UNA GOTA Y EL MAR
Rick Warren es un pastor evangélico norteamericano
cuyo libro más conocido se intitula en español “Una vida con propósito”. Nada queda más apropiado para lo que quiero
tratar en esta ocasión, que dicho concepto cuyo significado cobra hoy singular
vigencia.
Por muy diversas razones estamos viviendo en un
mundo iconoclasta, que ha roto con los paradigmas de la época tradicional. Pasamos de ser una sociedad productora a una
de consumo, fenómeno al que se ha sumado la globalización, para convertirnos en
una sociedad prácticamente sin fronteras
geográficas ni ideológicas, en la que
“todo se vale”.
Y como todo se vale, hemos dejado de asombrarnos
ante fenómenos sociales que en otros tiempos habrían provocado desde escozor
hasta espanto. Y como todo se vale y
está bien, se va generando un clima de tolerancia que no siempre resulta ser tan sano.
Si alguien fuma tabaco, está bien; si prefiere marihuana,
también. Si uno se vuelve adicto a
alguna otra sustancia química, “no problem”.
Si bajo los efectos del alcohol atropella y mata a alguien, no hay
bronca, llegan las palabras a recomponerlo todo: Si el peatón hubiera tenido más
cuidado, no lo habrían matado.
Si tienes niños y les pegas, está bien, y si los
abusas sexualmente también, en un mundo exageradamente enfocado a lo sexual. Si se mueren por causa de ese abuso, pues ni
modo. ¡Vaya! Con que hayas enfocado tu
celular para capturar la acción propia o ajena en un video que de inmediato subes a la red, sientes que
has cumplido, y esperas muchos “likes”.
Y ya en Internet el video se vuelve viral, y todos
lo miran, y comparten, y luego maldicen, y con mostrar gráficamente su enojo, cada cual siente que ha cubierto su personal cuota de civilidad, y que el mundo
va a componerse gracias a esa
participación activa en el “chat”.
Y así vamos por la vida, registrando, señalando,
condenando, para suponer que somos mejores personas por haberlo hecho. Nos tornamos pasivos, indiferentes, técnicos
y fríos frente al dolor humano, el cual se concreta a ser imágenes,
estadísticas, notas y opiniones que a la vuelta de una semana han caducado.
Cada nueva tragedia va desplazando a la de ayer, la de
antier, la de hace una semana, hasta que se esfuma en el vacío del tiempo. ¿Quién
se acuerda hoy de las niñas secuestradas en Nigeria por Boko Haram? ¿En qué
quedó la tragedia humanitaria dela Guardería ABC? ¿O las Muertas de Juárez…? Ya
nadie sabe, a nadie le importa, ahora surgen noticias nuevas y frescas, y hay
que actualizarse.
Hemos ido generando círculos en torno nuestro, sin
percatarnos de que esos círculos nos constriñen y aprisionan en una soledad
cada vez mayor. Hemos dejado de
contactarnos con otros seres humanos, de rozar sus vidas, de sentir su pálpito,
de compartir sus penas y alegrías. Estamos
cada vez más distantes, encapsulados en nuestra zona de confort, nada dispuestos a correr riesgos, a contaminarnos
con la presencia de otros.
Ese aislamiento nos torna cada vez más egoístas, quizás
hasta el punto insano de creer que lo único que está bien sobre el planeta
somos nosotros y nuestros puntos de vista.
Y en aquella soledad progresiva comenzamos a morir.
Comienza a morir nuestra curiosidad innata, nuestra
capacidad de asombro. Comienzan a morir
nuestros afectos, nuestros aprecios.
Comienza a morir nuestra empatía, la posibilidad de compartir y
dar. Nos vamos convirtiendo en tiranos
cada vez más grandes en nuestro pequeño espacio personal. Desde nuestra tribuna
electrónica somos dioses poderosos, únicos para determinar qué está bien y qué
esta mal en el mundo, sin ser cuestionados ni confrontados.
“Desesperación silenciosa” o “distracción sin propósito”,
nombre con que Rick Warren llama a la
ruleta rusa en que llegamos a convertir nuestra vida si no la orientamos hacia
un fin superior, que justifique todo emprendimiento. El fin superior él lo entiende como Dios,
pero para los no creyentes puede ser cualquier otro principio, siempre y cuando
esté por encima de la propia persona, de manera que nos permita trascender.
Cuando nos proponemos llevar a cabo una pequeña
buena acción a favor de un ser vivo o de una causa, percibimos un especial
calor interno que no se sentiría en otras circunstancias. Momentáneamente hallamos un significado a
nuestros actos, una razón superior para
lo que hacemos y por la que nos
esforzamos. Además de que habremos ido
más allá de nuestras propias fronteras personales para mejorar el mundo, en un
ápice, sí, pero con nuestra aportación el mundo será mejor que sin ella.
Termino con las palabras de Teresa de Calcuta: “A
veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar
sería menos si le faltara esa gota.”
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