Gracias, Señor, porque nos diste estos años
en que abrimos a tu luz los ojos ciegos.
Gracias, porque la fragua de tus fuegos
templó en acero el corazón de estaño.
Gracias, por la ventura y por el daño,
por la espina y la flor; porque tus ruegos
redujeron nuestros pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.
Porque en nosotros floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró nuestra espiga
que el invierno guarece y atempera.
Porque tus dones nos bendiga
-compendio de tu amor- la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.
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