SOLEDAD SE ESCRIBE
CON EME
Nuestros niños y jóvenes son los más comunicados en la
historia de la humanidad. Paradójicamente,
se hallan cada vez más solos.
La generación de los “millennials” vino a romper con una
serie de constructos sociales que fuimos
creando a lo largo del siglo veinte, y que no resistieron el cambio de milenio.
Infinidad de arquetipos se han ido desgastando desde la segunda mitad de ese siglo,
en particular tras las grandes guerras que cimbraron al mundo. Sistemas económicos que develaron una
realidad muy costosa desde el punto de vista social: En diversos países la riqueza se polarizó, para
favorecer a unos cuantos, y desamparar al resto, aún dentro de sistemas que se
han hecho llamar de izquierda.
Para los últimos decenios del siglo veinte, buena parte de
las familias en nuestro país, se hallaban desarticuladas: Las condiciones impuestas por
un sistema económico neoliberal provocaron disminución del poder adquisitivo. Fue necesario que ambos padres salieran del hogar
a trabajar. Este cambio intrafamiliar
nos cobró la factura, los niños se quedaron solos en casa, con escasa o nula
supervisión de un adulto. En los años
setenta bajo el influjo de la televisión, y
de los noventa a la fecha, dicho aparato fue sustituido por la
tecnología digital, a través de la cual se tiene fácil acceso a un mundo
virtual tan vasto como carente de calidez.
Los fenómenos provocados por esta apropiación de la
tecnología digital son muy variados, y, de hecho, no han sido del todo
estudiados. O bien, conforme se analiza
uno, van surgiendo nuevas modalidades que obligan a emprender estudios sobre cómo influye el mundo virtual
en el real. Para el asunto que nos ocupa, encontramos niños y jóvenes que se sienten solos. Tanto como
tienen de destrezas para manejar la tecnología de la información y comunicación,
carecen de habilidades para establecer una relación presencial
satisfactoria. No poseen la experiencia
necesaria para detectar los guiños en la mirada o en el tono de voz que sirven
para conocer el estado de ánimo o la coincidencia entre dos personas. Estos
guiños sirven de guía para determinar cómo abordar a otro ser humano, para una
comunicación. Estos chicos carecen de
habilidades para desarrollar empatía, y le tienen miedo a la intimidad personal. En línea podrán desnudarse, tanto emocional
como físicamente –ahí tenemos lamentables casos de sexting y de grooming-- pero
en la comunicación cara a cara se perciben a sí mismos como torpes e inseguros,
quizás hasta incompetentes, tanto que
prefieren evitar los riesgos que, para ellos, conlleva una relación personal
directa.
La UNICEF ha venido estudiando el suicidio en adolescentes a
partir de los últimos años. Se observa
claramente un incremento; en gran medida el problema de fondo que lo dispara es
una sensación de soledad. Jovencitos
provenientes de hogares disfuncionales o
en los que existen altos niveles de violencia intrafamiliar, cuyas relaciones
afectivas son frágiles, y a la primera de cambios se fracturan, generando una
crisis existencial en el adolescente. Si el trasfondo familiar lo había llevado
a sentirse poco, la crisis emocional propia de su edad, le hace cuestionarse
qué tanto vale la pena luchar, cuando la vida no parece ser la gran cosa.
Por citar un ejemplo, entre 1990 y el 2017, de acuerdo con cifras de la
UNICEF, en Argentina se triplicó el número de suicidios en adolescentes. En
México, entre 1990 y el año 2000, la incidencia creció un 1.5 en menores de 14
años, y la mitad de dicha cifra en jóvenes entre 15 y 29 años.
Soledad se escribe con eme de “Millennials”, chicos a la vez
hipercomunicados pero aislados, que no logran precisar qué les hace falta más
allá de su dispositivo, que mantienen
con ellos, como un elemento les
permite sentirse vivos y seguros. Como
aquellos que no saben que existen otras latitudes en el planeta. Nunca han tenido acceso a información que les
indique que más allá de su entorno personal y su aparato, hay seres humanos con
los que pueden establecer relaciones amicales, platicar, reír y jugar, sin la necesidad
de mantener los sentidos prendidos de una pantalla. A pesar de su libre y amplio acceso a
contenidos digitales, parecen constreñirse a unos cuantos, lo que finalmente
ahonda esa sensación de soledad. No han descubierto el mundo que existe del otro
lado de las redes sociales, mismas que atentan contra la autoestima. Como si se tratara de un arma muy potente, un
solo clic respecto a una publicación podría pulverizarlos.
Es necesario trabajar para eliminar ese aislamiento en el
que se hallan muchos de nuestros niños y jóvenes. Mostrarles que más allá de la pantalla hay
elementos que funcionan para proveerles de satisfactores que apuntan a la
plenitud.
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