domingo, 16 de diciembre de 2012

REFLEXIÓN NAVIDEÑA por el Dr. Douglas Umbría, desde Venezuela.


Llega La Navidad:
Para algunos, un tiempo de descanso. Para otros, momentos de inquietud: salen a la luz tensiones y problemas que uno, a veces, puede ocultar gracias al trabajo. Para los cristianos, un momento de fiesta: ¡nace el Salvador!
Jesús sigue siendo Hombre en el cielo: cada Navidad "recuerda" que es su "cumpleaños". Ese día (lo hace todos los días, pero también en Navidad) mirará al mundo con cariño inmenso. Buscará, como hace más de 2000 años, a la oveja perdida. Pensará en su pueblo, en su raza, en quienes viven en Tierra Santa entre odios tristes, angustias profundas, lágrimas por los fallecidos y los ausentes.
Mirará el corazón de cada hombre, de cada mujer, para mendigar algo de cariño.
Más aún, para ofrecer su Amor, para derramar bálsamos de ternura, para vendar heridas profundas, para animar buenos deseos que no acaban de hacerse realidad.
Nos mirará también a nosotros, con nuestra historia, con nuestras penas, con nuestras esperanzas, con nuestras angustias, con nuestra generosidad.
Querrá decirnos que sintió frío porque quería calentar nuestro corazón egoísta, que pasó sed porque venía a darnos agua viva, que conocerá el hambre porque se convertirá en el Pan que se inmola por el mundo.
Entre las postales o los mensajes que nos lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo.
Nos invita a abrir el Evangelio, a descubrir que los pobres son llamados al banquete, a recordar que el pecador no es condenado, a vivir en la alegría profunda del perdón divino.
Nos buscará, aunque tenga que pasar entre abrojos, para tomarnos sobre sus hombros, para llevarnos nuevamente a casa, para sentarnos en un banquete eterno.
Llega la Navidad. La invitación de Dios descansa sobre nuestra mesa de trabajo o en lo más profundo de nuestro espíritu hambriento de esperanzas.
Es una invitación sencilla y perfumada, amable y sugestiva, bondadosa y humilde. Como todo lo que viene de Dios, que abraza a los que se hacen como niños, a los que viven con la sencillez propia de quienes se sienten muy amados

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