DEL AMOR Y OTROS
DEMONIOS
A propósito de la reciente celebración del amor y la
amistad, intitulo la presente colaboración parafraseando el título de una de
las novelas de García Márquez. La misma
habla del amor como sorpresa y sensaciones, rodeada de demonios ancestrales
como lo son el miedo, la duda y los prejuicios, en una Cartagena de Indias en tiempos
de la colonia. Yo desearía abordar el
afecto en el contexto del tercer milenio, la ruptura de cánones y las redes
sociales.
“Amor” llega a convertirse en un término manido, más en
estas fechas cuando los comercios hacen sus grandes ventas. Se difunden, ya sea en forma presencial o a
través de redes, charlas que tienen que ver con el amor, el desamor y puntos
intermedios. Durante al menos una
semana, los sentimientos se ponen de moda, con tal penetración, que
difícilmente alguno se escapa de su influencia.
Para hablar del amor, lo primero es saber dónde estamos
parados. Partir de un punto que no en
forma gratuita menciona el Antiguo Testamento: “Amarás al prójimo como a ti
mismo”. A ratos podría parecernos un lugar común, de modo que no le damos la
importancia que requiere. El concepto es
muy sencillo: si no me amo a mí mismo, no seré capaz de amar a otros.
Me apena decir que las dos definiciones de amor que ofrece
la RAE no me satisfacen. Ambas llevan
implícito que yo sienta atracción por otro ser humano para amarlo. Considero que el alcance del amor va mucho
más allá, es buscar motivos para depositar mi simpatía, mi atención y cuidados
en otros seres vivos, en una causa más allá de mí mismo o en un quehacer que
concentre mis intenciones. Sucede en
forma natural, como es el caso de una madre con su hijo. El niño no tiene que poner más de su parte
para que la madre lo ame por él, por lo que es, de modo de establecer una
corriente afectiva que inicialmente es asimétrica y en determinados períodos de
su desarrollo también podrá serlo, pero la madre seguirá amándolo, amén de las
circunstancias.
Otro modo de amar se establece en la pareja. Entre dos personas sí sucede que haya lo que
acertadamente llaman un “clic”, que activa la percepción de una persona por la
otra para iniciar una carrera común de largo aliento. De ese proceso surgirá una relación que
deberá ir labrándose a través del tiempo.
No es una condición dada, sino una tarea trabajada.
Los demonios a los que hace alusión García Márquez en 1994
han variado en estos últimos treinta años.
El mundo ha cambiado; el entorno ha hecho lo propio, y las redes
sociales vienen a complejizar las cosas para el corazón. Surgen nuevos fenómenos que no existían a
finales del siglo pasado, lo que empuja a volver las relaciones
desechables. Contrario a lo que sucedía
en otros tiempos, como los proyectados en la novela del colombiano, en los que
instituciones como el matrimonio eran indisolubles, hoy en día muchos jóvenes inician
una vida en común mentalizados a que, si no funciona, disuelven el vínculo. Ello empata con la mentalidad de estos
tiempos en el trabajo: no es infrecuente que un profesional o un empleado vayan
de un puesto laboral a otro, cambiando cada dos o tres años, muy contrario al
modelo de permanencia laboral con el que muchos crecimos tiempo atrás. Esa laxitud de ataduras que, a nosotros,
mayores, nos atemoriza, a los jóvenes les provee de un clima de libertad.
Si vamos al núcleo de las relaciones afectivas, hoy en día y
más a raíz de la pandemia que implicó cambios súbitos y hasta pérdidas de seres
queridos, apreciamos que hay elementos como el desencanto, la indiferencia o la
excesiva demanda. Deseamos aplicar nuestras
propias matemáticas en cualesquiera relaciones, para medir si estoy recibiendo
tanto como lo que creo estar dando. Aquí
empiezan los problemas.
Contrario a la RAE, me parece que los sentimientos afectivos
surgen cuando de manera proactiva yo rompo mi cascarón y salgo a tratar de
establecer relaciones de armonía con otras entidades. Cierto, como mencionamos en un principio,
cumpliendo como prerrequisito con el amor propio, pues de otra forma querer
amar serán meros intentos de obtener de otros, vía esas relaciones, lo que
siento que a mí me falta. Será
manipulación, desilusión y otros demonios.
Amar es aceptar. Aun
cuando no comprendo plenamente lo que haces o por qué lo haces, te acepto. Te apoyo.
Estoy aquí a tu lado. Me mantendré atento a las necesidades que puedas
tener a lo largo del camino. Puedo sugerir,
pero no imponer; recomendar sin esperar que
acates lo que considero te conviene.
Es claro que cada uno de nosotros enfrenta sus propias luchas
interiores. Nos corresponde ser empáticos, no juzgadores.
Buen momento para revisar cómo andamos de amor propio y qué
expectativas tenemos hacia los demás, antes de seguir adelante.
Excelente!
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