LOS NÁUFRAGOS DEL VERBO
Un elemento clave de nuestra sociedad es la palabra, recurso dinámico que viaja de una persona a otra creando la comunicación. Erige historias y contribuye al desarrollo de los pueblos, y queda plasmada con sangre en los libros de la ley. Ella, la que igual es cantada al oído de la amada, que lanzada desde la garganta más profunda reclamando libertad. La palabra que perdona y abre las puertas del cielo; la que siembra desde las aulas de la infancia un pedazo de México vibrante en cada cabecita.
Es la palabra que conmina a las manos propias y ajenas a trabajar hasta que los nudillos sangren. La que se empeña como única prenda por los hombres de una pieza. Ella ha arrancado la vida a valientes periodistas que ofrendaron su último aliento en la búsqueda de la verdad. La palabra animosa acompaña la tardeada dominical; o es emitida a gran velocidad en la voz del merolico y del vendedor de colchas, como parte de nuestro querido paisaje urbano.
Es la palabra que dice: "uno, dos, tres por mí" a la hora de jugar encantados; la que brota floral de los labios benditos de la abuela mientras borda arrullos para el nieto. Es la palabra que viaja por la banda civil salvando vidas; la que orienta y consuela en medio de la desgracia. Ella puebla los textos de Alfonso Reyes, y las páginas de la gran Rosario. En un arrebato de amor fijó su residencia de verano en los poemas de Sabines, y de vez en cuando asoma traviesa desde los relatos picarescos de los dos Armandos coahuilenses: Jiménez y Fuentes Aguirre. Es la herramienta sanadora que entra por los ojos para ponernos a salvo del suicidio; la que ha dictado sentencia en aras de la justicia; la que convoca gobiernos, brigadas y sociedades….
Pero, ¡oh tragedia! Como todo en nuestra economía de nación, la palabra ha empobrecido. Fue dejando en el camino las galanuras porfirianas; abandonó la sobriedad de Amado Nervo y las sedas de Juan Ramón Jiménez. ¡Vaya! ha llegado a ser tan pobre, que a veces la sorprendemos pidiendo limosna en alguna esquina; ahí precisamente encontré en lamentable estado al monosílabo "wey" que se vuelve, no sólo muletilla sino expresión universal en boca de muchos jóvenes. Me tocó hacer fila en el aeropuerto; esperé para abordar justo detrás de un equipo de futbol profesional, y no pude abstraer mis oídos de su conversación:
-¿Qué onda, wey? ¿El wey va a ir? Porque me dijo el wey, pss wey no sé si pueda.
- ¡No m… wey! ¡'Stá con madre wey!
-'Uta weeey, n'ombre a mí wey, me dijo el wey que sí wey, que va a'star bien chido wey…
Durante unos diez minutos bandadas de weyes volaban alrededor nuestro como pinacates zumbadores, hasta desencadenar una lamentable cacofonía.
Continuando, no es posible que en boca de una figura pública escuchemos un "puédamos, o que un conductor televisivo a nivel nacional presente un CD con música de "salterío". Que un personaje de la cultura diga que estamos "omnibulados", o que el comunicador anuncie que "habían muchas lluvias", o que el problema era "fuertísimo".
¡Cómo creer que un periodista escriba "gages" en la cabeza de su texto! Que en el comercial televisivo anuncien novedoso "rayador de queso", atendiendo a la clásica confusión de homónimos "rallar" y "rayar". De igual modo en una columna se señala que el individuo "arroyaba a los demás", y qué decir del típico espectacular que anuncia: "arreglo suspenciones"; junto con aquél que ofrece "recompensa por extorciones", y el colmo, con motivo del Bicentenario un poeta conocido escribe en línea acerca de otro, mencionando que recibió el "Novel de Literatura". Y ya para terminar estas tristezas verbales, el caso de un profesional entrevistado que expresa respecto a un texto, "yo lo traducí"
Cualquier documento en la computadora se corrige en dos segundos, por lo que resulta terrible concluir que predomina la mala Ortografía por simple molicie y escaso pundonor. A propósito, viene a mi memoria aquella funcionaria que regodeándose de su discurso frente a la desangelada dicción del contrario, quiso ofenderlo señalando que "hablaba con muy mala Ortografía".
¿Qué hay detrás de tanta falla? Pobreza del léxico familiar; deficiencias en la enseñanza básica; escaso hábito de lectura; indiferencia y baja autoestima. Se percibe al adulto instalado en una apatía generalizada que a partir de una concepción espacial es como quien sale a la calle con la misma ropa con que durmió, y espera que el mundo lo acoja como si se tratara de Gandhi o de Borges.
…En un mundo de palabras confusas y cortas, vendrá el caos de mil náufragos, cada cual encerrado en su propia isla, sin saber nadar.
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