domingo, 7 de febrero de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

GORDON Y EL AMANECER
Lamentable y mañoso que programas con elevado potencial formativo  se transmitan en horas de  la madrugada, mientras que en horarios estelares se bombardee  al televidente con una carga de contenidos enajenantes que idiotizan a muchos y descorazonan a pocos… En fin, puedo decir que en  asuntos televisivos me salva el insomnio “de amanecida”, de manera que si estoy de pie al filo de las cinco de la mañana tengo oportunidad, entre otras cosas, de sintonizar algún buen programa en los canales educativos de televisión.  Así fue como hace unos días correspondió a José Gordon, Premio Nacional de Periodismo en la categoría  de Divulgación Científica, acompañarme a esperar el alba, con un programa estupendo del que hoy quiero hacer mención.
   Pepe Gordon me parece el paradigma de comunicador que trabaja por lograr un cambio social; hallo en él la afortunada coincidencia entre ciencia y arte  capaz de generar una filosofía de vida, con la que seduce la inteligencia emocional de quien lo escucha. En esta ocasión se hallaba disertando sobre imaginación, inteligencia y creatividad para un numeroso grupo de maestros, haciendo referencia a los mapas de inteligencia que un maestro es capaz de activar en sus alumnos, para de ese modo encaminarlos hacia sus propios descubrimientos personales.  Como lo mencioné líneas arriba, un atributo que siempre me ha atrapado de José Gordon  es el entusiasmo que pone a la transmisión de sus personales percepciones, que no son fruto de la observación fortuita sino de un bien documentado escrutinio. De la comunicación hecha por maestros de este nivel es de donde se abreva lo necesario para interpretar y valorar a nuestro mundo de un modo más incluyente, desechando paradigmas que de otra manera no podrían descartarse.
   Si buscáramos identificar la palanca que dispara la mayor parte de nuestros actos sociales, hablaríamos de la necesidad de reconocimiento.  De uno u otro modo todos los seres humanos, desde que tenemos conciencia de que existimos, vamos en la búsqueda de elementos que nos validen, primero frente a los demás, y más delante frente a nosotros mismos. En la infancia temprana y de modo paulatino, el niño va haciendo la separación de la figura materna y la propia, hasta que una mañana descubre que él es un ser independiente de su madre, y a partir de ese momento procurará la atención y la aprobación materna ante la amenaza de una angustia existencial.  Conforme crece son diversas figuras externas las que van llevando a cabo esa misma función de validación, otros miembros de la familia, amigos, maestros, y por supuesto, en gran medida, los autores que marcan para toda la vida.
   Ahora bien, ¿qué sucede cuando aquel mecanismo falla, o se rompe en el camino?... La necesidad de reconocimiento sigue ahí, en su mismo lugar, como disparador de nuestras emociones y consecuentes acciones, así que ahora aquella necesidad llevará a “comprar” el reconocimiento por diversos caminos, los más socorridos en este mundo consumista, y  en oferta  permanente en muchos canales de televisión, son el dinero, el poder y el sexo.  Y allá van nuestros jóvenes seducidos por el canto (para mi gusto bastante desafinado) de esas sirenas mediáticas, dispuestos a seguirlas como el legendario Jasón…
   Volvamos a José Gordon, quien se escapa de tales clichés para presentarnos la ciencia como una experiencia de la condición humana, un preguntarnos de qué manera ocurre esa sucesión de milagros que originan un amanecer, o la rotación de los astros, o el portento de la audición, todo aquello de lo que formamos parte, como un engranaje más de la maquinaria cósmica.  En pocas palabras, sus reflexiones nos llaman a adquirir la sabia humildad de no creernos el ombligo del mundo, y a partir de nuestro pequeño espacio personal, trabajar por lograr la mejor versión de nosotros mismos. “El arte revela el lado invisible de lo visible”, palabras del propio Gordon que de nueva cuenta invitan a explorarnos a través del arte, para descubrir ese hilo conductor que la conecta con  la ciencia, desde el momento en que  comunica cerebro y corazón.
   En este tenor no es difícil imaginar que cualquier acción que se realice, o que por el contrario, deje de realizarse, es capaz de generar  inestabilidad en todo el sistema, o haciendo alusión al aforismo chino: “El aleteo de las alas de la mariposa se puede sentir del otro lado del mundo.”  Y siendo así, ¿cuánto efecto no tendrá esa necesidad de reconocimiento no satisfecha, que se remolinea en tantos corazones?...

   Nuestra mejor herramienta es la palabra, la que se lee, la que se expresa, la que se vive. Un entusiasta comunicador que sabe dónde está parado y hacia dónde va, constituye un  excelente compás de navegación en estas aguas turbulentas. 

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