LA PRAGA DE KAFKA
Hoy publico la tercera y última colaboración sobre mi
reciente visita a Praga y la riqueza que pude traer conmigo de aquella peculiar
y cautivadora ciudad, llena de contrastes que maravillan al visitante. A casi un mes de haber andado por sus calles
empedradas repletas de ecos centenarios, aún resuenan en mis sentidos hechos,
leyendas y grandezas de una cultura como la bohemia, que pese a haber sido
afectada de gravedad en muy diversos momentos de su historia, ha sabido emerger
como una cultura vigorosa, entusiasta y enamorada de la vida.
Hoy hablaré sobre la figura de Franz Kafka y sus andanzas en
Praga, tanto por lo que se considera la Ciudad Vieja como el Barrio Pequeño. Esto es, la extensión poblacional que se
desarrolló desde ambas riberas del Moldava.
Lo primero que hay que destacar es la forma como los oriundos de la
ciudad checa exaltan la vida y obra de un escritor que, aun cuando murió joven
(cuarenta años), dejó un inmenso patrimonio a la literatura universal. Debo ser honesta, alejada geográficamente de
las letras europeas, de Kafka había leído “La metamorfosis”, que no
particularmente me gustó, y “Carta al padre”, que encontré muy deprimente. Durante un ejercicio de taller hace un par de
años, leí “El proceso”. A pesar de que
no es una obra sencilla de comprender, algo me atrapó, tanto que posteriormente
escribí un cuento muy kafkiano, de los pocos que me han dejado satisfecha. He ahí la importancia de trabajar en taller
cuando tenemos el gusto por algún oficio y queremos mejorar.
Con tal mentalidad llegué a la ciudad que vio nacer,
desarrollarse y morir a uno de los grandes iconos literarios de principios del
siglo XX. De muy diversas maneras
comencé a descubrir ese orgullo de los praguenses por su escritor, no solo en el
busto giratorio erigido en el 2014, frente al centro comercial Quadrio, y que
por desgracia estaba descompuesto al tiempo de mi visita. También percibí ese
orgullo de forma evidente en el museo y tienda dedicados al autor y su obra,
que se hallan entre el Castillo Przský
Hrad y el Puente Carlos IV, y que corresponde a una de las casas en las que
habitó Kafka, en búsqueda de un espacio limpio y silencioso donde
escribir. Se halla en la denominada
“Callejuela de Oro”, sobre una margen del Foso de los Ciervos, en el Barrio
Pequeño, y que en su momento formó parte de un conjunto habitacional de 24
casas modestas, construidas para ser
ocupadas por igual número de arcabuceros y sus familias. En palabras del propio Kafka, después de
haber andado errante por muy distintos alojamientos en la Ciudad Vieja, las cercanías de la Universidad Carlos
Fernando y los cafés donde se reunía con
sus correligionarios hasta altas horas de la noche, expresa su placer frente a
esta modesta casa habitación: “…tener casa propia, cerrar al mundo, no la
puerta del cuarto, no la de la vivienda, sino la de toda la casa […] Todo por
veinte coronas al mes.”
Hay que destacar que la universidad de Praga, primera europea
fundada al norte de los Alpes en 1348 por el rey Carlos IV, no quedó exenta de
problemas políticos que terminaron por dividirla en dos hacia finales del siglo
XIX: la sección alemana y la sección checa, hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial, cuando fue eliminada en forma definitiva la universidad alemana. En esta última Kafka llevó a cabo sus
estudios de Jurisprudencia, disciplina que realizó, más que nada por tener un
ingreso económico que le permitiera invertir parte de su tiempo en la creación
literaria. Ello se ve muy reflejado
precisamente en su obra “El proceso” que gira en torno a un trámite absurdo que
debe realizar un ciudadano por demás anodino, y que parece no terminar nunca.
¡Qué maravilla atestiguar que un pueblo honre y promueva el
genio de sus creadores, y que se logre asir a su solidez para no perderse en las
dificultades que lo han sacudido! Un
disfrute poder recorrer la Ciudad Vieja con sus grandes edificios que ponen a
Praga en el mapa mundial: Su reloj astronómico lleno de misteriosas leyendas;
la iglesia de Santa María de Týn, en la que tuve oportunidad de asistir a un
fabuloso concierto de la Orquesta de Cámara de Praga y el gran órgano instalado
en la parte de su coro. La iglesia de
San Nicolás; la columna de Santa María; los cafés Louvre y Arco, sedes de diversas tertulias
literarias a donde asistieron los grandes personajes de época… En fin,
admirable la labor de rescate y difusión que llevan a cabo los checos de lo que
es propio, para beneplácito suyo y de los visitantes.
Larga vida a Praga como capital de la cultura europea. Un goce disfrutar el patrimonio histórico,
cultural y de naturaleza que ofrece la ciudad, que atrapa a quien la visita, al
punto de no estar dispuesto a olvidarla nunca.
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