domingo, 23 de marzo de 2014

La Muerte de la Conversación: Texto anónimo

Acabo de leer en Internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus
teléfonos celulares.
 Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los "ring tones" interrumpan, ni  los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a  gritos.
 La noticia me produjo envidia de la buena. Personalmente , ya no recuerdo  lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo  café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con  la palabra en la boca, porque suena su celular.
  En ocasiones es peor. Hace poco estaba en una reunión de trabajo que  simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en  la mesa empezaron a atender sus llamadas urgentes por celular.
 Era un caos indescriptible de conversaciones al mismo tiempo.
 Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado.
 El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso.
 Cada vez es peor.
 Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar.
 Ahora se ha perdido el pudor.
 Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar
mismo en que se encuentra.
 No niego las virtudes de la comunicación por celular.
 La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la  integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía.
 Me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.
Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder la cédula profesional que el móvil, pues con frecuencia, la tarjeta SIM funciona más que nuestra propia memoria.
El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi  nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y éste no suena.
Por eso quizá algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine!
 He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: "Estoy en cine,ahora te llamo".
Es algo que por más que intento, no puedo entender.
También puedo percibir  la sensación de desamparo que se produce en muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar que es hora de  apagar los celulares.
 También he sido testigo de la inquietud que se desata cuando suena uno de  los timbres más populares y todos en acto reflejo nos llevamos la mano al  bolsillo o la cartera, buscando el propio aparato.
 Pero de todos, los Blackberry y la aplicación WhatsApp merecen capítulo aparte.
 Enajenados y autistas. Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de  este nuevo invento. La escena suele repetirse.
 El Blackberry y el Whats App en el escritorio. Un pitido que anuncia la llegada de un  mensaje, y el personaje que tengo en frente se lanza sobre el teléfono.
 Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato. Los veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: "¿En qué  íbamos?". Pero ya la conversación se ha ido al traste. 
 No conozco a nadie  que tenga Blackberry y no sea adicto a éste. 
 Alguien me decía que antes, en las mañanas al levantarse, su primer  instinto era tomarse un buen café. Ahora su primer acto cotidiano es tomar  su aparato y responder al instante todos sus mensajes.
 Es la tiranía de lo  instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de  información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando  con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente.  
 Texto que circula en la red como anónimo, cuyo origen último busqué en la red, sin resultados.  La referencia más lejana que localicé es una revista católica española.  Aquí les dejo el enlace: 
Benito, gracias por sugerirlo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario