NACER INMENSAMENTE
Llega
esa época del año que nos remite a los asuntos del espíritu. A recordar nuestra
infancia con sus momentos mágicos y su ambiente de celebración por la vida, la
familia y los amigos. Para los cristianos es el tiempo de celebrar la venida de
Jesucristo Salvador con su promesa de vida eterna. Las visiones y los sonidos
que invaden nuestro espacio nos llevan a reconectar con ese, nuestro niño
interior, que nunca ha dejado de creer.
Quizá
para muchos de nosotros este año sea más sanadora la época que en ocasiones
previas. Hay mucha paz por recuperar en nuestra vida y en nuestro entorno. Los
acontecimientos a ratos han sido inquietantes y desalentadores, tal vez hasta nos
han secuestrado la tranquilidad. La esperanza pudo haberse sentido traicionada,
y, con cierta angustia, nos preguntamos cuál será el nuevo acontecimiento que
nos asalte a la vuelta de la esquina.
Qué
maravilla poder reconectar con esa etapa de nuestra vida donde poco o nada nos
preocupaba. Donde todo resultaba novedoso y encantador, y podíamos pasar horas
fascinados con alguna imagen o un sonido, en particular en esta temporada. Tiempos
en los que el más sencillo de los juguetes que recibíamos como regalo de
Navidad, nos volvía los niños más dichosos del planeta.
Buen
momento para darnos una pausa en el diario ajetreo de la vida. Espacio para
valorar lo que se cumplió a lo largo de once meses y lo que tenemos pendiente
de realizar, en el entendido de que la materia prima para cumplir nuestros más
caros sueños es el tiempo, el cual habrá de agotarse, hayamos o no sacado
provecho de él.
Como
dice Vinicius de Moraes en su hermoso poema que alienta a vivir las fechas que
llegan con diciembre: “Porque para eso fuimos hechos/Para la esperanza en el
milagro…” A partir de ello valdría la
pena plantearnos construir milagros de temporada: en nuestro interior, en el
seno de la familia, frente a los amigos. Construir milagros de reconciliación
con esas personas de las que nos hemos alejado, para descubrir que ninguna
distancia provee mayor satisfacción que el más valiente de los encuentros.
Hagamos
de estas celebraciones del amor más grande, una ocasión para revisar nuestra
propia mochila de viaje, y por qué no, aligerarla. Desechar las emociones
viejas y oxidadas que no hacen más que entorpecer la marcha. Refrescar nuestros
afectos con nuevo oxígeno antes de continuar el camino. Perdonarnos a nosotros
mismos por los momentos en que actuamos tan indolentes y severos con nuestra
propia persona, para comenzar a amarnos más de lo que antes hemos hecho. Y
luego extender los brazos hacia quienes la vida ha colocado en derredor.
Buen
momento para valorar lo afortunados que somos de tener lo que tenemos: Vida, salud,
capacidad para razonar y energía para emprender nuevas cosas. Un corazón para
sentir, que vamos por la vida como una barca en el ancho mar, con momentos plácidos,
pero también con otros aciagos, donde lo encrespado de las olas nos atemoriza. Pero
¡vaya! Eso es la vida: un andar incierto para ir tocando puertos que nos
proveen satisfacción, hasta llegar algún día al puerto final que marca nuestra
historia de ruta desde el principio.
Sea
esta temporada que hoy inicia una de alegría, por encima de cualquier rispidez.
Tiempo de armonía, más allá de las diferencias con otros. Pletórico de momentos
que habremos de gozar y conservar para siempre. Que nuestra fe profundice y la
esperanza nos conmueva. Que vivamos una espiritualidad que no se quede en el templo,
sino que salga a recorrer calles, a tocar puertas y a auxiliar a quienes más lo
necesitan. Una bondad que trascienda, que no se quede en la foto que busca acrecentar
nuestra popularidad en redes, sino que, de forma callada, establece un puente
de corazón a corazón.
Vivamos
una temporada sencilla, tranquila, plena en el goce de las cosas profundas, que
se aleja de los excesos y que se centra en lo esencial que hay en cada uno de
nosotros, para vivir una vida que trascienda por los actos realizados.
Y,
como termina diciendo Vinicius de Moraes en un llamado a la reflexión, a
propósito de lo que nos ofrece la temporada navideña cuando la enfocamos desde
el corazón. Sus palabras nos colocan frente a la imagen de Jesús en Belén, para
creer con ella, que hoy: “Nacemos inmensamente”.
Gran razón tienes en cuanto a percepción de todo lo que se vive en esta época y cada quien Elije con que quedarse y en el contexto cristiano y familiar es temporada muy especial y en lo particular este año ha sido duro pero reparador y también inspiración para superar conflictos de todo tipo y ño sufrir por cosas y personas que no valen la pena y dejar los años como dulces codiciados que van quedando pocos en la bolsa y disfrutarlos aún más , gracias amiga atte JMPR
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